martes, 26 de enero de 2021

Theodore Boone: El secuestro (John Grisham)

 


Desde el primer momento en el que leí a Grisham me maravillé por el modo tan acertado como esboza un mundo adulto inmerso en un ambiente judicial y cómo expone las preocupaciones habituales que aquejan a los mayores que se las tienen que haber con cuestiones legales. Así, pues, con esto, me resultaba difícil situarlo como hombre enterado del entorno y de los problemas de chicos... pero ¡vaya sorpresa la que me he llevado!

Este que ven aquí, siendo el segundo volumen de una serie juvenil titulada "Theodore Boone" es un libro que se puede leer de forma independiente y con el que afianzo mi gusto por el maestro del Thriller judicial, maravillándome este ahora con su capacidad para escribir historias de trama más sencilla, divertida y accesible para jóvenes o adultos de gustos más ligeros.

Theo es un muchacho de trece años, hijo de abogados, quien no duda en seguir los pasos de sus progenitores, encontrando a menudo la manera de inmiscuirse en el ambiente en el que estos se desenvuelven.

Sin embargo, los casos de los que Theo habría estado enterado hasta entonces, no lo habrían golpeado personalmente, como sí lo hace el que ahora aparece ante él: el posible secuestro de su mejor amiga.

Aquí es, entonces, cuando este jovencito despierto se lanza a la investigación más importante de su corta existencia, con el vivo deseo de encontrar a su amiga y de conducir ante el tribunal al culpable de su desaparición.

Con un ritmo rápido, un argumento interesante, pero nada complejo, y unos personajes divertidos, Grisham nos obsequia una historia apta para todas las edades, que cumple perfectamente con su función de entretener.

No obstante, pese a la aparente sencillez con la que todo sucede, el interés logra mantenerse hasta el final, al tiempo que el lector es llamado a reflexionar acerca de temas como la familia, la amistad, la lealtad y la justicia.

Una lectura buena para pasar el rato, que también puede ser un buen inicio para comenzar a leer a Grisham para todo aquel que se sienta intimidado por sus obras más adultas, de argumento y lenguaje más elaborados.

Puntuación: 4/5

Kafka en la orilla (Haruki Murakami)

 


¿Cuál es el sentido de la vida? ¿Por qué nos ocurren las cosas? ¿Hasta qué punto las experiencias pasadas determinan nuestro presente? ¿Podemos ser verdaderamente libres o nuestras acciones siempre estarán supeditadas a un destino ineludible?

Pensar en estas preguntas puede ser un trabajo arduo, pero como lo difícil no tiene por qué ser aburrido, les comento que el libro que ven aquí, aun siendo increíblemente ameno y entretenido, nos lleva a reflexionar acerca de aquellas cuestiones.

Ahora bien, aunque ahonda en temas serios, esta novela no nos expone una historia realista, sino todo lo contrario: un verdadero cuento fantástico y onírico. Que sí, que nos vende todo lo que ocurre como los hechos más normales del mundo; empero, al fin y al cabo, se trata de un artificio narrativo del autor, porque jamás vamos a ver, por ejemplo, a un hombre con la capacidad de socializar con gatos, ni llover peces del cielo.

Como se podrán dar cuenta, entonces, este libro es, cuando menos, extraño. Pero extraño de un modo que nos atrapa, nos fascina y nos impele a no parar de leer, aunque a veces nos convenzamos de que nada tiene sentido y que, por tanto, nos va a explotar la cabeza por la cantidad de acontecimientos inusitados que se nos presentan.

Mas no vayan a creer que en esta obra se van a topar con vacas voladoras desde la primera página, y que no los va a obsequiar con un buen hilo conductor, porque esto último es algo que sí que tiene bien definido.

Dos historias son las que vamos a encontrar aquí: la de Kafka, un adolescente que se va de casa, huyendo de una profecía funesta que le ha hecho su padre; y la de Nasaka, un anciano con deficiencias mentales, pero con la capacidad de hablar con gatos, que tendrá la convicción de tener una misión, sin saber a ciencia cierta cuál es.

Dos líneas narrativas que a simple vista son independientes; dos universos únicos pero extraordinarios, que en un punto se van a cruzar de un modo inesperado.

Un libro en donde la ficción y la realidad juegan y coquetean con descaro, para al final dejarle al lector más preguntas que respuestas.

Puntuación: 5/5

miércoles, 20 de enero de 2021

La casa alemana (Annette Hess)


 Pese a las críticas que ha recibido de no cumplir con lo que promete y de restarle protagonismo al tema en el que más debiera de ahondar, esta novela que ven aquí a mí sí me agradó bastante.

Situado en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, este libro nos va a presentar a Eva, una joven alemana que trabaja como traductora y que cierto día es contratada para traducir el testimonio de las atrocidades que habría presenciado un hombre en un campo de concentración.

A portas de casarse y en medio de una vida familiar apacible, hasta aquel momento Eva habría pasado su existencia dejándose llevar por la corriente, sometida a la rutina y a decisiones ajenas; empero, solo es presentársele la oportunidad de colaborar en el primer juicio de Auswitch para que tome la determinación de agarrar las riendas de su propia vida y armarse de valor para desentrañar los secretos más oscuros de su nación e, incluso, de su familia.

Con una narración sencilla y contada a través de escenas, esta es una novela que comienza un poco lenta, pero que poco a poco va absorbiendo al lector paciente.

Qué sí, que en comparación al drama vivido por los sobrevivientes de la guerra, los problemas personales de Eva parecieran minúsculos, pero al final es el acceder a sus sentimientos lo que nos permite ponernos en los zapatos de esas gentes que, luego de haber permitido semejante barbarie, tuvieron que vivir con la culpa de haberse quedado cruzados de brazos y de haber cerrado los ojos a la realidad.

Así, entonces, esta novela nos lleva a preguntarnos qué hubiéramos hecho nosotros estando en el lugar del pueblo alemán. ¿Habríamos aceptado y apoyado el exterminio por miedo y/o conveniencia, o nos habríamos opuesto a que aquello sucediese? Yo no sé qué piensen ustedes pero a mi modo de ver hemos juzgado muy fuerte a esas personas, porque casi que con seguridad, nosotros nos habríamos conducido de forma idéntica, porque así somos... porque lastimosamente prima nuestro egoísta instinto de conservación, por sobre cualquier razonamiento y bien común que pudiéramos buscar y alcanzar unidos.

Puntuación: 4/5

lunes, 18 de enero de 2021

La sonrisa de Mandela (John Carlin)


 "¿Quién fue Nelson Mandela?" Hasta llegar a este libro esa era una pregunta a la que yo solo podía responder de forma muy somera. Empero, ahora, luego de haber leído casi doscientas páginas dedicadas a retratar su lucha política y su vida privada posterior a su salida de prisión, puedo decir, a ciencia cierta, que fue uno de los hombres más extraordinarios que ha engendrado la humanidad.

No sé qué tanto sepan ustedes de este personaje, pero, independientemente del conocimiento que tengan de él, les recomiendo con encarecimiento esta obra, en la que el famoso periodista John Carlin retrata a este hombre con maestría, desde el afecto y la admiración que le suscitasen el entrar en relación con él.

Apoyándose en entrevistas que le hiciera al mismo Mandela, a sus antiguos detractores, a sus servidores, a amigos y familiares, Carlin nos muestra los dos rostros de este hombre excepcional: el de personaje público y el de individuo privado.

Y, bueno, al mismo tiempo que nos enseña tanto sus puntos fuertes, como los débiles, nos ofrece una mirada detallada a lo que fue aquel difícil proceso político que terminaría con uno de los últimos sistemas de segregación racial vigentes en el mundo.

A través de este libro vamos a comprobar que, lejos de ser un mito, un hombre idealizado, una leyenda magnificada, Mandela fue un ser humano que se valió de sus encantos personales para servir a su nación y para unificar a sus compatriotas, a quienes siempre consideró como iguales, pese a las injusticias que una parte de ellos se esforzó por perpetuar hacia los de su raza, durante una cantidad absurda de tiempo.

Esta obra nos habla de cómo Mandela perdonó y llevó a sus congéneres a perdonar a sus opresores y de cómo doblegó a hombres blancos y se ganó la confianza, aprecio y afecto de hasta los más radicales y escépticos que se hallaran en sus filas, para alcanzar su máximo sueño de unir a todo un país que hasta su actuación pareciera haber estado obnubilado por el odio.

Un libro que nos recuerda la importancia de predicar con el ejemplo, de amar, perdonar y mantener siempre la humanidad.

Puntuación: 4.5/5

sábado, 16 de enero de 2021

La ladrona de libros (Markus Zusak)

 


¿Qué puedo decir de este libro que no se halla dicho antes? Que su voz narradora es original, que sus personajes son entrañables y que probablemente su final los haga llorar, son cosas que seguro ya sabrán de otras bocas, si es que aún no lo han leído. Mas yo, habiéndome deleitado en sus páginas ahora por segunda vez, quiero mencionarles otros aspectos en los que me he fijado.

Lo primero que quiero resaltar es que Liesel, la niña alemana que empieza a robar libros a partir de la muerte de su hermano, es un reflejo realista del poder real que las palabras pueden tener en nuestras vidas. Y es que si bien es cierto que estas hacen más llevaderas sus penas, hay momentos en los que simplemente no bastan para consolarla y lo que necesita de forma más apremiante es el abrazo de su padre adoptivo, la compañía de un amigo o el ser consciente de que le importa a alguien, aunque ese alguien sea un "sucio judío".

Así, entonces, aunque esta novela nos habla del aprecio y de la importancia de la literatura, también nos dice que más importante que todos los libros del mundo, es el amor que damos y recibimos.

Por otra parte, esta historia nos recuerda que generalizar y condenar a un colectivo es peligroso y estúpido, y no lo digo solo por el odio irracional que Hitler despertara hacia judíos, negros y comunistas, atribuyéndoles a estos características y delitos repudiables, sino que igualmente resalto esto con la mirada puesta en esos personajes alemanes de los que aquí nos hablan, que no están de acuerdo con ese reino del terror que, según la opinión pública, la mayoría de sus compatriotas acepta a ojo cerrado.

Para finalizar, me quedo con el mensaje más importante que me comunica esta novela y es que pese a lo difícil que pueda llegar a ser a veces mantener la esperanza, y a que esta se vea defraudada en múltiples ocasiones, siempre es necesario conservarla para que cada minuto de vida que tengamos valga la pena.

Una historia tan tierna como desgarradora; un libro de contrastes que conmueve pero también hace reflexionar y que nos recuerda lo peor y lo mejor del ser humano.

Puntuación: 5/5

martes, 12 de enero de 2021

Historia de un lector #20


 Federico se hallaba sentado en la cafetería de la universidad y degustaba su primer té de la mañana, aprovechando los quince minutos que faltaban para comenzar su segunda clase. Sin embargo, como buen maestro, aun en sus momentos de descanso estaba disponible por si algún alumno lo requería, como ocurrió en aquel instante.

-Profesor. ¿Le puedo hacer una pregunta?- le indagó Samuel, sentándose a su lado.

De improvisto, Carlos, que había llegado con Samuel, le dio un codazo a este último y lo fulminó con la mirada.

-Claro que sí. Cómo no. Dime qué necesitas- respondió Federico con buen humor, ignorando la actitud de Carlos.

-Es que aquí mi compañero dice que la autoridad siempre debe respetarse, pero yo pienso que no debería de ser así.- expuso Samuel, mirando fijamente al maestro.- A veces las normas deben saltarse. ¿No cree usted, profesor?

Federico sonrió, mientras convidaba a Carlos a tomar asiento enseguida de su amigo, cosa que este hizo, pese a su evidente incomodidad.

-Les contaré una pequeña historia- comenzó Federico en voz baja.- Alguna vez hubo un niño muy brillante con los número; tanto así, que su padre, desde muy pequeño, ya había decidido que cuando el chico creciese, sería un exitoso ingeniero. Pero había un problema y es que el pequeño prefería las letras, y continuamente su padre lo encontraba “perdiendo el tiempo” en la biblioteca de su casa. Así, entonces, el señor se deshizo de todos los libros que tenía y le prohibió volver a leer literatura. El niño, destrozado, le contó la situación a su hermana mayor, que no vivía con él, y esta le prometió que le prestaría sus novelas a escondidas. Y así fue. Los años fueron pasando, mientras el muchacho devoraba una infinidad de historias, a espaldas de su padre. Para cuando el padre se enteró, ya el chico era todo un hombre, capaz de revelarse ante sus deseos, por lo que no pudo hacer nada para evitar que su hijo siguiese el sueño de ser profesor de Literatura.

Federico se paró de la mesa, para dirigirse al salón; pero antes les dirigió unas últimas palabras a los muchachos.

-Ese niño fui yo, y no me arrepiento de mi rebeldía.

Historia de un lector #19

 

Era la primera vez que pisaba la biblioteca de la universidad con un propósito distinto al de realizar una consulta o preparar una prueba. Tenía miedo de lo que estaba a punto de hacer, pero era mayor el terror que le daba lo que podría suceder si desistía de su propósito.

Con paso firme se dirigió hacia la bibliotecaria, quien se encontraba tras el mostrador de la entrada. Sus amigos constantemente se burlaban de la señora por su aspecto desaliñado y por su mal humor, pero aquello fue en lo último que reparó al estar en frente de ella. ¿Y si no lo aceptaba? ¿Y si para hacer parte del grupo le exigía condiciones de las que carecía?

-¿Qué se le ofrece, joven?- le preguntó la señora en tono hostil, mirándolo de modo despectivo.

De inmediato se arrepintió de no haber optado por un atuendo más apropiado para la ocasión. Claramente su camiseta y su pantalón corto no hablaban muy bien de él en aquel lugar. Lo tendría en cuenta para la próxima ocasión. Claro… si había una próxima.

-Quiero pertenecer al club de lectura de los sábados- dijo reclinándose hacia la señora, para evitar que las demás personas en la sala lo escucharan.

-¿Y por qué, niño bonito? ¿Crees que vas a encontrar aquí a una noviecita que haga los trabajos por ti?

Había llegado el momento de la verdad. Tenía que convencer a la bibliotecaria. Y, pese a haberse preparado para aquel instante, allí lo olvidó todo y con resignación se dispuso a exponerle la situación, como le saliese.

-Tengo una amiga a la que aprecio mucho. Ella es bella y muy inteligente. Pero temo perderla, ¿sabe? Ella tiene síndrome de Asperger, y por eso sus intereses son limitados, siendo uno de ellos la literatura. Como es de suponer, es un alma solitaria; mas yo quiero hacerle compañía. Pero para eso tengo que conocer lo que a ella le gusta… y se me ocurrió que el club me ayudaría con eso.

Apenas terminó, se quedó mirando fijamente a la señora.

-Ven a las cuatro- se limitó a responderle.

Con una expresión feliz en el rostro y un gran alivio en el corazón se dio la vuelta para irse, empero la señora volvió a hablar.

-Bienvenido, niño bonito- le dijo sonriendo.

Historia de un lector #18


 Leslie sabía que podía entrar a mi habitación siempre que se le antojara, razón por la cual a menudo me pegaba sustos de muerte con sus súbitas apariciones. Así, aquella tarde cuando me encontraba absorto en un tedioso trabajo de la universidad, desconocía el hecho de que estaba acompañado, hasta que escuché su voz a mi espalda.

-No sabía que te gustaba la historia.

En cuanto me repuse del sobresalto que me generó el oírla, me di la vuelta para saber a qué se debía su errónea apreciación y la hallé examinando la carátula de Company of héroes, el videojuego que acaba de adquirir. Claro. Debí de suponerlo. El juego tenía por escenario la Segunda Guerra Mundial.

-Y no me gusta la historia, Leslie- le respondí tomando el videojuego de sus manos- Tenlo por seguro que solo compré el juego por diversión.

La sonrisa se apartó de la cara de mi hermana, tan pronto escuchó mi réplica. No pude evitar sentirme culpable por matarle la ilusión. La pobre siempre había intentado que alguien de la familia compartiera con ella sus intereses intelectuales, y hasta el momento lo único que todos nos limitábamos a hacer al respecto, era escuchar sus aburridos monólogos, aunque no llegáramos a comprenderlos.

-Oh. Está bien. Lo entiendo. Solo pensé que podría…-empezó a hablar, pero no concluyó la frase- Olvídalo.

-¿Que podría qué, Leslie?

Mi hermanita no contestó, sino que salió corriendo de mi habitación. Pero, antes de que yo pudiera siquiera reaccionar, ya estaba de vuelta, con un libro en la mano, que tendió hacía mí.

-Te juro que es tan divertido como tus videojuegos- dijo ante mi cara de desconcierto-También se sitúa en la Segunda Guerra Mundial, pero no es nada aburrido.

Para no decepcionarla, sonreí y acepté el ejemplar. “La ladrona de libros” no era un título que me pareciera muy emocionante, pero prometí intentar leerlo.

Lejos estaba de imaginar que aquel era un señuelo; pues he de admitir que fue a partir de esa novela, que empecé a compartir con mi hermana, lo que nunca creí posible: su amor inconmensurable por la palabra escrita.

Historia inspirada en una experiencia de @leslie.aguilar147

Historia de un lector #17


 -¿Alguien ha visto a Carlos?-preguntó Ricardo con una copa de champagne en la mano.

Los tres hombres que estaban delante de él pasearon su mirada entre los invitados, luego de lo cual se volvieron para mirarlo con gestos de negación.

La idea fue de Ricardo, pero en realidad los cuatro colaboraron en su ejecución, y es que aquel grupo de amigos había sido tan unido en su época de secundaria, que incluso luego de graduarse siguió manteniéndose en contacto. Sin embargo, ninguno de ellos había vuelto a saber de las personas que fuesen sus compañeros de clase treinta años atrás. Y, en realidad, las probabilidades de que volvieran a cruzarse con alguna de ellas, eran muy bajas.

No obstante, a Ricardo se le ocurrió reunir al mayor número de ex compañeros posible, a solo días de que su empresa abriera nuevas sucursales en Europa. Empero, ¿qué tenían que ver sus antiguos colegas con su nuevo triunfo? Fácil. Eran los únicos individuos que conocía con los que no se había granjeado una enemistad, y como su ego se hallaba ávido de halagos, decidió recurrir a ellos.

Ahora bien, aunque en su momento no fue muy allegado a Carlos, el “cerebrito” de la clase, anhelaba reencontrarse con él para mostrarle qué tan alto había llegado, sin necesidad de ser tan aburrido y “buen muchacho” como él. Pero el ahora hombre de cuarenta y ocho años no se había hecho presente y el anfitrión empezaba a inquietarse.

-Daré una vuelta para buscarlo- anunció a sus compinches.

Y hay que decir que lo encontró pronto. Estaba en un rincón solitario, portando un atuendo de tela barata y unos zapatos desgastados. Ricardo no pudo aguantar las ganas de reír.

-¡Vaya! ¿Quién diría que yo superaría al nerd? ¿A qué te dedicas, Carlos, para que andes en esas fachas?

-Hola Ricardo. Soy librero. Pero no sé a qué te refieres con aquello de superarme. Vivo haciendo lo que amo, ya que decidí ir tras lo que me apasiona; lo que lastimosamente no se puede decir de ti. Amabas la música, muchacho. ¿Qué te pasó? ¿Tanto se empobreció tu espíritu como para creer que el dinero te haría feliz y mejor que el resto?

Historia de un lector #16

 


-Tiene visita, señor Arturo- le anuncio el ama de llaves desde la puerta.

-Échela, María. Ya les he dicho que no quiero que me vean así- dijo el anciano con severidad, sin moverse un ápice de donde se hallaba sentado.

Hacía dos meses que había ocurrido el accidente, y Arturo aún no se hacía a la idea de que ya no volvería a ver. Y es que si para una persona corriente aquello habría supuesto un golpe demoledor, para él, un lector empedernido, dicho impacto se le había antojado insoportable.

Así, entonces, los días se le habían convertido en tediosas jornadas solitarias en las que ni siquiera se animaba a salir de su habitación. Lo único que hacía por mantenerse vivo era rumiar unos cuantos alimentos y asearse con la ayuda de su empleada.

Se había negado rotundamente a recibir a familiares y amigos. Determinación, esta, que primero preocupó a los aludidos, pero que con el paso de los días estos empezaron a olvidar, apoyados en el lógico argumento de que si el viejo no quería recibir su ayuda, lo mejor era dejarlo solo con sus rabietas y su mal humor.

Arturo sintió los pasos de la empleada alejándose de su cuarto y se permitió derramar un par de lágrimas por debajo de sus lentes oscuros. Allí estaba, volviendo a rechazar cualquier contacto con el exterior y todo por ese maldito orgullo que no le permitía retractarse de la elección que públicamente tomase de convertirse en ermitaño.

De pronto volvió a percibir pasos, pero esta vez acercándose a él, y dio por hecho que su empleada había regresado.

-¿Quién era, María?- preguntó en un tono impasible, intentando disimular su interés.

-Soy yo, abuelo, Cristian- le respondió una voz adolescente.-María no me quería dejar entrar porque ella, al igual que mis padres, es una mentirosa. Dicen que no debo molestarte porque estás ciego y no puedes leer así. Pero es obvio que nadie puede quedarse ciego cuando puede contar con los ojos de un amigo. Solo dime con qué libro empezamos…Tenemos toda la tarde.

Y así fue como por primera vez, después del accidente, el anciano volvió a sonreír.

Historia inspirada en una experiencia de un lector anónimo.

Historia de un lector #15


 La profesora Claudia entró al aula de clases con el ceño fruncido y haciendo una mueca de disgusto. Sin embargo, nadie se percató de ello, sino hasta que resonó un golpe secó por toda la habitación. Los alumnos se callaron súbitamente y dirigieron su mirada hacia el escritorio de su maestra, percatándose de que la causante del estruendo era una gruesa carpeta roja que había sido depositada con furia sobre el mueble.

-Estoy muy decepcionada de ustedes, jóvenes- anunció Claudia con severidad- Acabo de corregir sus trabajos y me he encontrado con deplorables faltas ortográficas, con un pésimo uso de signos de puntuación y con grandes incoherencias narrativas.

Los estudiantes se empezaron a mirar entre sí, preocupados porque la reprimenda de la que estaban siendo objeto auguraba notas muy bajas para los ensayos que tanto les había costado redactar.

-Esto solo me demuestra que ustedes no leen, lo cual debería darles vergüenza- concluyó la airada profesora.

Los jóvenes se sintieron claramente mal pero no se defendieron. En realidad la maestra estaba en lo correcto: ninguno de ellos solía leer otra cosa que no fueran sus chats. Sin embargo, Milena, la chica más estudiosa del curso, no quiso que el llamado de atención cayera en saco roto, y así fue como al finalizar la clase, instó a la profesora a que les diera consejos para adoptar el hábito de la lectura. Empero, Claudia le dedicó una mirada burlona a la joven y empezó a reírse de forma teatral, dejando a todos los estudiantes desconcertados.

-¡No me hagas reír!- dijo con una sonrisa socarrona- Si a los dieciséis años no han comenzado su vida como lectores, no hay nada que yo pueda hacer por ustedes. Eso es algo que se aprende en la infancia. Y, como verán, ustedes ya no son unos niños.

Diez años después, Milena recordaría aquellas palabras con gracia, y es que fue a partir de aquel momento que empezó a leer y, contra todo pronóstico de la intransigente señora, no solo se convirtió en una ávida lectora, sino que además resultó siendo profesora de Literatura.

Historia inspirada en una experiencia de una lectora anónima.

Historia de un lector #14


 -Qué tengas una feliz noche, mi amor- se despidió su madre a punto de apagar la luz.

Lorena, que ya se encontraba acostada, se reincorporó rápidamente, azotada por un súbito recuerdo.

-¡Espera, mamá!- la detuvo agarrando su brazo con su diminuta mano.- Tengo algo qué decirte.

La buena mujer, al ver la ansiedad reflejada en el rostro de su hija, se dispuso a escuchar sin preguntar.

-A Mariana le dieron un televisor en Navidad y ahora ve Plaza Sésamo antes de dormir. Yo también quiero eso - dijo Lorena con los ojos suplicantes.

La madre observó a la pequeña por un momento, para luego extraer algo de la mesita de noche, que la niña no alcanzó a distinguir.

-Ya hablamos de eso, mi cielo. No compraremos más televisores en esta casa- le comunicó con una tierna firmeza.- Pero uno de los regalos que tú recibiste en las fiestas también puede servirte para conciliar el sueño.

Lorena se había cruzado de brazos y había fruncido el ceño al escuchar la negativa de su progenitora, mas las últimas palabras de esta despertaron su curiosidad, haciendo que su mirada se tornara expectante.

-Aquí dentro hay una historia- le explicó su madre presentándole a Lorena el libro que había sacado del mueble- Te la voy a leer y, si prestas atención, podrás verla en tu cabeza.

Lorena había escuchado decir al hermano de Mariana, que esos objetos eran aburridos y por eso no se había dignado siquiera a abrir el ejemplar cuando se lo dieron. Así, entonces, en cuanto supo que su madre iba a comenzar a leerlo, cerró sus ojos con fuerza en señal de protesta. Empero, la mujer no se dio por vencida.

-El cuento se llama “Las tres cidras”- anunció.

Durante cinco minutos la mujer leyó con voz pausada, intentando despertar el interés de su hija, pero como esta no se movía, la creyó de verdad dormida y, lanzando un suspiro, cerró el libro y apagó la lámpara.

-¿Qué pasa luego? No puedes dejar la historia así, mamá. Tienes que terminarla- dijo Lorena volviendo a encender la luz.

Desde esa noche Lorena empezó a amar la literatura, pese a aún no saber leer.

Historia inspirada en una experiencia de @lore_airan

Historia de un lector #13


Cuando Juan llegó, Hernán no se encontraba solo. Junto a él se hallaba Rodrigo, el nuevo compañero que apenas estaba aprendiendo cómo se hacían las cosas allí.

-¿Sí me guardó lo mío?- le preguntó Juan a Hernán, después de saludar con la cabeza a Rodrigo.

-Claro. Aquí está todo.- le respondió el aludido, entregándole una caja de cartón.

La sonrisa de Juan no se hizo esperar y tampoco su partida. No fue sino recibir lo que le tendió su compañero, para desparecer con la misma presteza con la que hizo presencia en el lugar.

-¿Qué tiene la caja?- interrogó Rodrigo a Hernán cuando volvieron a estar solos.

-Libros viejos.

-¿Es enserio? ¿Es lo único con lo que él se queda? Pero si eso no vale nada.

Hernán asintió e hizo un gesto de desconcierto como toda respuesta a su interlocutor. Desde hacía años que trabajaba con Juan, haciendo el aseo en aquel edificio de estrato alto, y jamás su compañero había reclamado para sí otra cosa del reciclaje que no fuesen los volúmenes, casi siempre ajados, de los que los habitantes de la urbanización se deshacían. Claro que al principio sintió curiosidad por tan extraño comportamiento, mas luego se dijo, a sí mismo, que lo mejor era no preguntar. Si Juan se conformaba con tan poco, no sería él quien despertara su ambición. No, señor. Si su compañero solo se quedaba con los libros, eso solo podía significar que él se quedaría con los objetos de verdad valiosos, los cuales podría vender a un buen dinero para suplementar la nimia paga mensual que recibía como empleado de oficios varios.

Esa misma noche Juan fue recibido en su vivienda por una muchacha de ropas humildes, pero adornada con una sonrisa hermosa, que reflejaba vivamente su dicha.
-Son muchos, papá. Gracias- dijo la joven, conmovida, en cuanto vio el contenido de la caja que su padre le había llevado.

Justo después vino la paga que Juan más ansiaba en el mundo: los abrazos y besos de su bella hija lectora.

Historia inspirada en una experiencia de una lectora anónima.
 

Historia de un lector #12


 El día de su octavo cumpleaños, Camila recibió muchos regalos increíbles. Pero, sin duda, el que más le llamó la atención fue el de su abuelo: un volumen que reunía todos los cuentos de García Márquez. Y es que había escuchado hablar tanto de ese escritor, que ansiaba leerlo con toda el alma. Además, le entusiasmaba demasiado el hecho de leer un libro para grandes, pues comenzaba a sentirse muy mayor para Caperucita Roja.

Pero su ánimo decayó tras leer las primeras páginas. No podía creer que aquello tan tedioso podía gustarle a la gente. No había ni un solo dibujo, la letra era muy pequeña y abundaban las palabras complicadas.

Poco después su abuelo le preguntó cómo iba con su lectura y Camila le dijo, para no herir sus sentimientos, que estaba muy buena. Empero, para sus adentros, se prometió no volver a leer un libro serio hasta no ser una viejita aburrida que pudiera encontrarlo interesante.

Así, entonces, los años pasaron y Camila dejó la literatura infantil y empezó a explorar la juvenil. Llegaron a su biblioteca Crepúsculo, Harry Potter, Hush hush y otras sagas que disfrutó sobremanera. Empero, luego de contar por decenas el número de historias leídas de ese tipo, comenzó a sentir que estas ya no la satisfacían. Pero entonces, ¿qué hacer? Recordaba su horrible experiencia cuando, de niña, trató de leer un libro para adultos. Ahora bien, aunque ya no tenía ocho años, tampoco era tan mayor. No tenía más que dieciséis años, por lo que estaba convencida de que solo entendería y disfrutaría los libros para adolescentes.

Pero todo cambió un buen día cuando se volvió a topar con el ejemplar que su abuelo le regaló. Creyó que aquel libro sería el somnífero perfecto para cuando tuviese insomnio, por lo que lo llevó a su mesita de noche y se encontró abriéndolo una de dichas veladas.

Mas lejos de dormir, se mantuvo despierta toda la noche. Ahí entendió que no necesitaba crecer más para disfrutar de las grandes obras. Ya estaba preparada.

Historia inspirada en una experiencia de una lectora anónima.

Historia de un lector #11


 Todos los que ya habían pasado por aquel suplicio, daban fe de que prestar el servicio social obligatorio era lo peor que te podía suceder en noveno grado. Pero también aseguraban que unos lo pasaban peor que otros. Por ejemplo, los chicos que eran aceptados como ayudantes de  un profesor de un jardín de infantes, casi siempre se divertían mucho con los juegos de los chiquillos. En cambio, quienes entraban al servicio de la biblioteca del instituto, tenían un riesgo elevadísimo de morir de aburrimiento.

Pero aquella cuestión nunca quedaba al azar. En realidad, los que primero se inscribían al servicio eran los que escogían lo mejor. Y bueno, como la fortuna no siempre ha estado de mi lado, resulta que por cuestiones de la vida, fui de las últimas en poner mi nombre en la lista, por lo que no tuve elección; debía ser la asistente de la vieja biblioteca del colegio.

El primer día me recibió la bibliotecaria, una anciana rellenita, de baja estatura, cuyo rostro parecía jamás haber sonreído. Con una canción de ópera, de fondo, la señora me dejó claro, desde un principio, que tenía prohibido hacer prácticamente cualquier cosa que no fuera desempolvar y reacomodar los ajados ejemplares de la biblioteca en los nuevos estantes que acababan de llegar.

En los siguientes días traté de cruzar alguna palabra con la señora, pero después de varios intentos fallidos, me resigné a guardar silencio, por lo que tuve que inventar algo para no sentirme agobiada con la monotonía del trabajo, y así fue como empecé a imaginar las historias de los libros, a partir de sus títulos. Y bueno, una cosa llevó a la otra, y al final terminé leyendo páginas sueltas y luego novelas completas.

Pocos días después apareció una vacante para ayudar en un jardín de infantes y me la ofrecieron para cambiar mi servicio actual. La rechacé. Ya había comenzado a jugar con Verne y sus secuaces, y eso era mejor que hacerlo con cualquier niño.

Historia inspirada en una experiencia de una lectora anónima.

Historia de un lector #10


 Desde que su primo le narrara las maravillosas aventuras de Frodo Bolsón, no había día en el que Carolina no le insistiese a su madre que le comprara uno de esos maravillosos artilugios que transportaban, a quien se acercaba a ellos, a mundos desconocidos y fascinantes.

Empero, Estefanía, como se llamaba la susodicha, solo vio en aquello un capricho pasajero, por lo que esperó pacientemente a que este desapareciera. Mas pasó un mes y la niña continuaba con la idea de querer leer, así que no tuvo otro remedio que satisfacer su deseo.

Pero, aunque hubiese accedido a la demanda de su hija, Estefanía no pensaba ir a una librería costosa, sino a algún local clandestino que le vendiera una copia económica de un libro. Y justo eso fue lo que hizo.

Una vez hecha la compra, por una ridícula cantidad, Estefanía le anunció a su hija que le tenía una sorpresa, y esta, viéndola llegar con una bolsa rectangular, corrió a abrazarla y a quitarle el paquete de las manos.

En un santiamén, Carolina sacó el libro de su empaque; no obstante, en cuanto lo vio, su sonrisa desapareció por un momento. La portada era de un color azul insulso y lo único que la adornaba era un título, que rezaba “Mujercitas”. “Pero bueno, quizá el libro es mejor de lo que aparenta”, pensó, volviendo a sonreír.

Esa misma noche Carolina abrió el libro, pero en menos de quince minutos, lo apartó de su vista y lo archivó en su habitación. Y es que las letras eran tan pequeñas y se apretujaban tanto en las páginas, que la niña no logró concentrarse y mucho menos interesarse en la historia. Desde ese momento se convenció de que los libros no estaban hechos para ella.

Así pues, tuvieron que pasar muchos años para que Carolina volviera a intentar leer. Pero, por suerte, esta vez lo hizo en una biblioteca, con un ejemplar original y muy bien cuidado, de la misma obra que un día fue incapaz de apreciar en una edición pirata y mal traducida.

Historia inspirada en una experiencia de una lectora anónima.

Historia de un lector #9


 Sola. Estaba absolutamente sola. A medida de que aquel monstruo cobraba fuerza en su mente, su retraimiento se hacía más evidente. Había dejado de pasar tiempo con su familia y sus amigos, porque no soportaba que estos la vieran con reprobación. Todos le recriminaban su conducta y le reclamaban por hacerlos sufrir, como si ella hubiese escogido, adrede, ser prisionera de su verdugo.

Y, lo que era más irónico, entre más se apartaba de sus seres queridos, el ataque de su victimario se volvía más despiadado. Ahora la cantidad de comida con la que pasaba el día era absurda. El cabello se le caía, las uñas se le quebraban, y el dolor de cabeza era una constante. Esa era su situación aquella mañana cuando entró en la biblioteca, buscando postergar su regreso a casa.

Se sentó en una silla apartada de la puerta, cerró los ojos y empezó a concentrarse en su respiración, la cual se había agitado con solo subir un piso. Pensaba dormir hasta que llegase la hora de su nimio almuerzo.

-¿Busca algo en especial?-preguntó una voz femenina y cordial, haciéndola sobresaltar.

-No. Yo solo…

Al ver los ojos expectantes de la bibliotecaria, no fue capaz de terminar la frase. Por lo que observaba, aquel lugar recibía muy pocas visitas, hecho que hacía que la señora estuviera enserio entusiasmada con el hecho de tenerla allí.

-Solo quiero que me recomiende algo- dijo al fin.

-Tome- contestó la empleada tendiéndole un libro- Es la historia del vampiro más famoso de todos los tiempos. Lo iba a poner en la estantería, pero creo que le puede gustar.

La muchacha abrió el ejemplar de Drácula para fingir leer mientras la bibliotecaria desaparecía, empero, al percatarse de que esta no le quitaba la mirada de encima, no tuvo otro remedio que comenzar a leer de verdad.

Entonces se dio cuenta de que los monstruos ficticios lograban espantar los reales que la asediaban. Entonces se sintió menos sola e incomprendida. Entonces, sin saberlo, se encontró dando el primer paso hacia su recuperación.

Historia inspirada en la experiencia de una lectora anónima.

Historia de un lector #8


 Era más fácil decírselo a un perro. Un can no lo juzgaría, y menos tratándose de aquel que se jactaba de ser tan culto. No. Definitivamente Sherlock lo entendería y sentiría su mala fortuna. Él comprendería que si existía su vergonzoso secreto, era por carencia de recursos y no por falta de interés.

-Te confieso que nunca he leído un libro- le escribió, después de mucho pensarlo.

Sherlock no respondió de inmediato, y el tiempo que tardó en hacerlo se le antojó eterno a Alberto. ¿Y si se había equivocado y, después de todo, el perro se estaba burlando de él en ese instante?

-Nunca es tarde para hacerlo. Tengo algunos libros con los que podrías comenzar tu vida como lector- leyó Alberto, sorprendido, la contestación.

Sin duda, aquel personaje quería ayudarlo. Lástima que en su caso eso iba a ser imposible. Tenía que explicarle su situación y eligió un mensaje de voz para hacerlo.

-No. No me hagas recomendaciones que no voy a poder seguir. Yo vivo en un pueblo con mi familia y lo que gano trabajando no me alcanza para comprar libros y, como tengo que ocuparme de mis hijos, tampoco puedo estar viajando a la ciudad para prestar en la biblioteca. No, Sherlock. Eso de leer es para gente como mis amigos, que no tienen obligaciones y que les sobra el dinero; no para un padre responsable y humilde como yo, que a duras penas le alcanza para mantener un hogar.

Esta vez, la réplica fue rápida pero, al igual que la anterior, también inesperada:

-Te enviaré algunos libros virtuales cuyos derechos de autor han caducado y que, por ende, son de dominio público.

Dos horas después, cuando Alberto se encontró leyendo “Las aventuras de Sherlock Holmes”, desde su celular, no podía dar crédito a lo que estaba sucediendo. Fue en ese momento cuando tuvo la certeza de que leer no tenía por qué costar dinero, sino que, por el contrario, era un pasatiempo que enriquecía a todo aquel que lo llegaba a adoptar.

Historia inspirada en una experiencia de un lector anónimo.

Historia de un lector #7

 


Sofía estaba acostumbrada a que su hermana la llamara cada que se le presentaba una dificultad con su hijo. Y es que el pequeño la adoraba tanto, que hacía lo que fuera por complacerla. Empero, últimamente ni siquiera ella era capaz de lograr que el niño persistiera en sus lecturas escolares, por lo que entró en la habitación de este sin muchas expectativas.

El pequeño estaba llorando y el libro de texto estaba tirado en el suelo.

-¡No puedo, tía! Las palabras se me confunden y no logro entender nada. Es horrible- se quejó el niño lanzándose en brazos de Sofía.

Sofía respiró hondo y le acarició la cabeza. Le dolía verlo así. Ya no sabía de qué más artificios valerse para que su sobrinito se motivara a leer, cuando su dislexia hacía que aquello se le antojara insoportable. Mas, al ver el televisor encendido, se le ocurrió una idea. Rápidamente secó las lágrimas del rostro del niño y, evadiendo las preguntas de su hermana, lo llevó consigo a su departamento. Allí preparó palomitas de maíz y se sentó al lado del pequeño a ver una de sus películas favoritas.

Entonces un niño mago apareció en la pantalla y al muchacho se le olvidaron de inmediato sus penas. Durante más de dos horas ninguno de los dos habló. Al finalizar, el niño saltó del sofá y se paró enfrente de su tía.

-¿Cómo continúa la historia?, ¿Cómo, tía?- preguntó excitado, con los ojos expectantes.

Sofía sonrió y con parsimonia se dirigió a su biblioteca, extrajo un libro de ella y se lo extendió al muchacho.

-Aquí tienes la continuación- le dijo.

“Harry Potter y la cámara secreta” rezaba el título que por un largo rato el niño se quedó observando. Sofía, por su parte, se halló con los nervios a flor de piel. Aquella era su última carta.

-Es como ver una película, pero en tu mente…- agregó con suavidad.

-Eres perversa, tía Sofi- dictaminó el niño, para luego sentarse en el sofá a ver televisión en su cabeza.

Historia inspirada en una experiencia de @sofyscc

El cuaderno de Noah (Nicholas Sparks)

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