¿Puede escribirse sobre un asunto doloroso, que nos ha destrozado el alma, sin caer en la lamentación? La respuesta, tal como lo podemos apreciar en esta obra, es un rotundo sí.
Con una fuerza poética increíble y una belleza narrativa incomparable, pero, al mismo tiempo, con sencillez, y tomando distancia, en esta obra Bonnett nos habla de una de las peores experiencias que le ha tocado vivir: el suicidio de su hijo, Daniel.
La narración comienza cuando la escritora tiene que ir a poner en orden las pertenencias de Daniel, justo después de su muerte. De allí, se remonta al pasado de ese muchacho, quien, aquejado durante años por la esquizofrenia, decide un día ponerle fin a su sufrimiento, lanzándose al vacío.
En primer lugar, es encantador ver el amor de madre que transmite este libro; ese cariño, esa preocupación, esa ternura con la que Bonnett nos recuerda que no importa cuánto crezcan los hijos, para las madres, estos siempre serán unos niños necesitados de protección.
Empero, este bello hecho se ve opacado con una realidad terrible, que también vivimos actualmente: la forma tan penosa como tratamos la salud mental hoy.
Una frecuente negligencia en la psiquiatría, sumada a la poca atención que se les presta a las enfermedades mentales y a unas investigaciones deficientes, es lo que hace que actualmente muchas personas, y sus familias con ellas, tengan que padecer verdaderos infiernos al intentar entender y sobrellevar situaciones que muchas veces terminan en desgracias.
Pero todavía hay más. Y es que este libro también va del duelo y de la pérdida, pero también de las altas exigencias que los jóvenes de este siglo cargan en lo que a sus futuros profesionales se refiere, de la estigmatización que existe frente a la enfermedad, de la desvalorización del arte en la sociedad y de lo impredecible e inevitable que puede llegar a ser la vida.
Un homenaje, una queja, un grito quedo, tristeza real puesta en palabras, con belleza, suavidad y maestría. Dolor crudo, pero necesario, que nos hace más empáticos, más conscientes de los padecimientos del otro.
Puntuación: 4.5/5
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