Jesús dijo que solo quien está libre de pecado puede juzgar a un pecador… pero ¡cómo hemos ignorado esas palabras! ¿No somos, acaso, los primeros en excluir de la sociedad a las personas que se equivocan? ¿No somos expertos en atormentar al individuo que falla, aun después de que este haya purgado su pena? Pero con todo y esto, nos llenamos la boca afirmando que somos una sociedad tolerante. Claro que somos tolerantes… tolerantes con el odio.
Mas no pretendo dar aquí un sermón, ni más faltaba. Lo único que quiero es que reflexionemos acerca de los sentimientos destructivos que nos permitimos sentir hacia quienes creemos que se los merecen. ¿O es que alguno de nosotros es inmaculado y está seguro de nunca llegar a ocupar el lugar del acusado? No lo creo. Por eso los invito a perdonar y a aceptar que todo puede ser disculpado, cuando hay verdadero arrepentimiento por parte de quien ha errado.
Lo anterior viene al caso porque el libro de hoy ahonda en el corazón de un personaje transgresor de la ley, que sufre lo indecible porque luego de que comete una infracción, no hay esperanza de reintegración para él.
Hester perpetra el peor crimen en el que puede incurrir una mujer casada en la Inglaterra puritana del siglo XVII: es adúltera. Su condena es llevar sobre el pecho la letra “A”, de por vida, para que nadie ose relacionarse con ella. Pero el esposo, no conforme con el castigo que se le ha otorgado a la mujer, decide forjarse una nueva identidad para vengarse de ella y de su amante.
Y, por si fuera poco, la infeliz tiene otro recordatorio de su maldad, que lo mismo alivia, como aumenta su pena; y este es una hija nacida de su pecado.
Una historia cruda, real y desgarradora de lo que el ser humano es capaz de hacerle a sus semejantes, so pretexto de ajusticiar conductas social y moralmente inadmisibles.
En esta obra el autor realiza una magnífica radiografía del dolor que experimentan los culpables cuando los demás no los dejan dejar atrás sus errores; así como también de una sociedad hipócrita que solo es capaz de ver las equivocaciones ajenas y no las propias.
Puntuación: 5/5
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