Una de las cosas que más le criticaron a Crepúsculo, en su época, fue que hubiera tomado a dos seres aterradores, para transformarlos en criaturas altamente sensibles y atractivas. A muchos les pareció indignante que las adolescentes empezaran a amar y a fantasear con monstruos, en vez de temerles a los mismos. Los “buenos lectores”, entre enfurecidos y divertidos, les recomendaban a las fanáticas de la historia, que mejor leyeran “Drácula”, pues ahí sí que había un vampiro de verdad.
Yo, como ya les comenté antes, solo me vine a enterar de todo esto en cuanto leí los tres primeros libros. Y sí, me sentí avergonzado de haber disfrutado de la saga, y quizá eso influyó, en gran medida, en el hecho de que no la concluyera.
Tardé un par de años en interesarme por la literatura de nuevo, y lo hice con ese miedo latente de volverme a inclinar por libros que no valieran la pena. A partir de ese momento, tuvo que transcurrir un tiempo más para que dejara de preocuparme por lo que los otros pudieran pensar de mí por lo que leía. Y, solo cuando eso ocurrió, fue que me enamoré de lo que llaman “literatura de verdad”. Pero ¿saben qué? Por más que lea clásicos y novelas contemporáneas sobresalientes, no dejo de disfrutar de esas historias sencillas y refrescantes que me abrieron las puertas al mundo de los libros.
Con esto, les reconfirmo que mi relectura de esta saga ha sido una experiencia fascinante y que ya quiero saber cómo termina.
En esta entrega, sobre Bella penden varias preocupaciones. Por un lado, los Vulturis pueden buscarla en cualquier momento para comprobar que ya se haya convertido en vampiro, cuando Edward intenta postergar lo máximo posible que eso suceda. También está Victoria, a quien ni los vampiros ni los lobos pueden capturar. Y, por si fuera poco, están otros problemas un poco más humanos, como lo es el tener que lidiar con los sentimientos de Jacob y con la aversión de su padre hacia Edward.
No me gusta la protagonista, pero la historia me sigue encantando.
Puntuación: 4/5
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